Por Loïc Vennin
DUBLIN, 23 Abr 2010 (AFP) - Durante décadas, miles de abusos sexuales cometidos por curas católicos irlandeses fueron silenciados. La Iglesia, desde luego, pero también la policía, los profesores e incluso los padres guardaron silencio. ¿Por qué?
Hasta los años 1990 "era sencillamente imposible desafiar a la Iglesia", explicó a AFP Kevin Lalor, psicólogo y director de la Escuela de Ciencias Sociales en el Instituto Tecnológico de Dublín.
La Iglesia irlandesa se había ganado el aura a comienzos del siglo XX al convertirse en una "fuerza antibritánica antes de la independencia" en 1921. Salió del trance con "un estatus agrandado en exceso". "Más que en ningún otro país, la Iglesia era un brazo del Estado", explica Lalor, que realizó estudios sobre el tema.
La mayoría de los colegios y de los hospitales estaban en manos de la jerarquía católica, que siempre tenía algo que decir, incluso sobre la composición del Gobierno.
El poder del clero también se palpaba en el plano moral. "El cura era el símbolo mismo de la moralidad y de la castidad y era muy respetado. A la víctima no la habrían creído la comunidad, sus amigos y su familia", explica Sue Donnelly, socióloga de la University College Dublin.
En 1990 un diario regional publicó un artículo sobre actos pedófilos de un sacerdote en la diócesis de Ferns (sudeste), lo que dio pie a una vasta investigación que desembocó en un informe publicado en 2005. "La gente no se lo creyó. Se congregó delante de las oficinas del diario. Quemó ejemplares y boicoteó a los anunciantes", recuerda Donnelly.
El niño víctima veía un dedo acusador apuntando contra él, incluso por parte de sus padres. Era un periodo en el que "la madre decía 'seguro que te lo has merecido' a un niño que se quejaba de que le había castigado el profesor", recuerda Lalor.
Y la policía "pensaba que un pequeño comentario al obispo era lo mejor que se podía hacer, que era un tema moral y no legal", explica. En vez de ser condenados, los sacerdotes acababan siendo enviados a otro sitio donde, en ocasiones, volvían a empezar con los abusos.
"No se podía hablar de ello con nadie, sobre todo con la policía, los profesores y los padres. No había ningún mecanismo" para tratar el problema, recuerda Lalor.
Para hablar -explica Donnelly- la víctima debía además superar la "dificultad de mencionar la sexualidad", en una sociedad irlandesa muy conservadora, pero también la de no ser más "un buen católico".
En el caso de un niño de corta edad, estaba también el miedo de ser "castigado con todavía más severidad", revela Paddy Doyle, una de las primeras víctimas en sacar a la luz el escándalo, en su libro "The God Squad", publicado en 1990.
"Si uno decía algo, le pegaban, y le podían privar de comida o de contacto con otros niños", recuerda al hablar de su infancia en un hospicio que gestionaba el clero, donde el huérfano entró con cuatro años, en 1955.
Además, la población "no estaba realmente sensibilizada". "Hasta hace 15 o 20 años, se creía que los abusos sexuales eran cometidos por gente muy rara, por enfermos mentales o por alcohólicos", recuerda Helen Buckley, experta en protección a la infancia en el Trinity College de Dublín.
En los años 1990, la gente empezó a hablar de ello, animada -según ella- por los "distintos servicios de asesoramiento puestos en funcionamiento en ese momento". "La Iglesia perdió su aura".
"De repente", dice Kevin Lalor asombrado, "pasamos de una ausencia total del tema" a la gran exposición actual, y a la dimisión de seis obispos irlandeses y uno belga.
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