miércoles, 8 de febrero de 2012

Pagó la Iglesia 2 mil millones por pederastia

CIUDAD DEL VATICANO, 8 Feb 2012 (AFP) - El costo financiero directo del escándalo de pederastia supera para la Iglesia católica "los 2 mil millones de dólares", aunque no es comparable a la "pérdida de inocencia" de la víctimas, dijeron el miércoles dos expertos en un simposio sobre el tema en Roma. "Es probablemente razonable calcular que el verdadero costo de la crisis, (el dinero) que la Iglesia ha tenido que desembolsar a nivel internacional, se sitúa muy por encima de los 2 mil millones de dólares", informaron los estadounidenses Michael J. Bemi y Patricia Neal, en una contribución ante esta conferencia organizada en la Universidad gregoriana de Roma. La suma incluye las indemnizaciones y el costo ligado a las investigaciones, los juicios y los tratamientos de las víctimas. Pero hay otros pagos, que corresponden a lo que se podría haber hecho "con el dinero perdido para siempre": "¿Cuantos hospitales, seminarios, escuelas, refugios para las mujeres maltratadas y sus hijos, estructuras de alimentación, clínicas gratuitas, etc., podríamos haber construido?", preguntaron. "Pero no hay comparación posible", dijeron, "entre cualquier suma de dinero y la pérdida de inocencia de niños y adultos vulnerables", que se cifran por decenas de miles. Los dos expertos, responsables de los programas VIRTUS del National Catholic Services (el Cáritas estadounidense) de protección de la infancia, detallaron todas las enfermedades psíquicas de las víctimas, el costo de largos tratamientos y los daños producidos en sus familias.

Crimen de obispos, ignorar la pederastia de sacerdotes

CIUDAD DEL VATICANO, 8 Feb 2012 (AFP) - Los obispos, acusados de haber mirado hacia otro lado en los abusos sexuales en la Iglesia católica, deben ser considerados responsables de la conducta de los curas bajo su autoridad, afirmó el miércoles el fiscal del Vaticano encargado del expediente de la pederastia. "Una vez que se imponen unas reglas, se deben respetar", afirmó monseñor Charles Scicluna, dirigiéndose a los cerca de 5 mil obispos de todo el mundo reunidos en un simposio. Reconoció asimismo que la "cultura del silencio", "enemigo de la verdad y de la justicia", sigue vigente en partes de la Iglesia. La grave "negligencia" o la "maligna intención" de un obispo frente a un caso de pederastia es "un crimen" en términos de derecho canónico, insistió. No pueden escudarse "en complejidades técnicas de la ley", subrayó Scicluna. Al responder a las recurrentes preguntas sobre la ausencia de sanciones automáticas contra los obispos que cubren a los sacerdotes pedófilos, el prelado maltés respondió que sólo el Papa, quien los ha nombrado, podía castigarlos. Recordó el rigor de Benedicto XVI, con el que colaboró en el pasado en la Congregación para la Doctrina de la Fe. También insistió en la importancia de una juiciosa selección de los nuevos obispos. Por lo menos 4 mil casos de abusos sexuales perpetrados en las últimas décadas por obispos y por laicos que trabajaban en instituciones de la Iglesia han sido comunicados a sus servicios a lo largo de los diez últimos años. Mil casos, la mayoría antiguos, han sido transmitidos en 2010 y 2011, procedentes principalmente de Europa, donde la revelación del escándalo es más reciente que en Estados Unidos. Tan sólo "un mínimo porcentaje" de casos señalados resultaron carecer de fundamento, reconoció. En un discurso muy esperado ante representantes de 110 conferencias episcopales y de 33 órdenes religiosas, reunidos en la Universidad gregoriana, el prelado preconizó el respeto de las reglas, dictadas por Juan Pablo II, y luego por Benedicto XVI. Citó a "tres enemigos de la verdad": la cultura de "la ley del silencio", "el hecho de negar deliberadamente les hechos conocidos" y "la preocupación desplazada que la reputación de la institución deben gozar de prioridad absoluta". "Es necesario también que los fieles puedan mantener la certeza de que la sociedad eclesiástica desarrolla su vida bajo el régimen de la ley. Que la ley (de la Iglesia) sea clara no basta para que la paz y el orden reinen en la comunidad", reconoció. En mayo se concedió un año de plazo a todos los episcopados para poner sus dispositivos de lucha contra la pederastia en conformidad con las exigencias de Roma y colaborar con la justicia civil. Pero la toma de conciencia de lo que conviene hacer, ahora fuerte entre el clero de Occidente, sobre todo en términos de formación y de prevención, es mucho menos evidente en otras comunidades católicas. En Brasil, donde la pedofilia es "más tolerada culturalmente" que en los países occidentales, según el padre Edenio Valle, un sicólogo que asesora a la Conferencia Nacional de los Obispos Brasileños (CNBB), las autoridades católicas "no tienen ni idea" de lo que deben hacer ante los abusos sexuales de sacerdotes contra niños. Uno de los problemas -en general- es la obligación del obispo de denunciar los casos de pederastia a la policía y a la fiscalía. Ante la prensa, monseñor Scicluna respondió a la delicada cuestión de los daños y perjuicios, que han supuesto enormes sumas para algunos episcopados, en particular en Estados Unidos. "La indemnización" debe ser asumida por "el autor del delito", "el sacerdote no está nombrado para hacer el mal, no lo hace en nombre de la Iglesia", argumentó. Cuando el culpable no tiene dinero, se puede recurrir sin embargo al principio de "solidaridad de la Iglesia local", admitió.

martes, 7 de febrero de 2012

Cuenta su historia víctima de cura pederasta

CIUDAD DEL VATICANO, 7 Feb 2012 (AFP) - "Aunque sucedió hace más de 50 años, es imposible olvidarlo", afirma la irlandesa Marie Collins, de 64 años, única víctima invitada a un simposio sobre pedofilia organizado en el Vaticano, al rememorar el calvario vivido por los abusos sexuales de un sacerdote. "Acababa de cumplir 13 años y estaba en una etapa muy vulnerable, la de una niña enferma en el hospital, cuando un cura abusó sexualmente de mí. No conocía la sexualidad y mi inocencia se agregó a mi vulnerabilidad. Tomaba la religión católica muy en serio y acababa de hacer la confirmación. Estaba enferma, inquieta y por primera vez lejos de mi casa y de mi familia. Me sentí más segura en el hospital cuando un capellán católico vino a visitarme para las lecturas de la tarde. Desgraciadamente esas visitas vespertinas cambiaron mi vida. El cura había salido del seminario unos años antes pero ya tenía experiencia en el abuso de menores, yo no podía saberlo. Me habían enseñado que un cura es el representante de Dios en la tierra y automáticamente contaba con mi confianza y mi respeto. Cuando comenzó a manosearme sexualmente, pretendiendo al principio que era un juego, quedé conmocionada, resistí, le pedí que parara. Pero no se detuvo. Mientras me manoseaba me decía que él "era un sacerdote" y que "no podía actuar mal'. Sacó fotos de mis partes más íntimas y de mi cuerpo y me dijo que era 'estúpida' si pensaba que actuaba mal. Recé para que no lo hiciese más... pero volvió a la carga. El hecho de que mi agresor fuese un cura agregó mucha confusión en mi espíritu. Esos dedos que habían abusado de mi cuerpo en la noche anterior me ofrecían la hostia al día siguiente. Las manos que habían fotografiado mi cuerpo expuesto, sostenían a la luz del día un libro de oraciones cuando escuchaba mi confesión. Cuando salí del hospital, ya no era la misma. Ya no fui más la niña confiada, despreocupada y feliz. Estaba convencida de que era mala. No me volví en contra de la religión, sino en contra de mí misma. Pasé sola mi adolescencia, manteniendo a todos a distancia para que nadie descubriese hasta que punto era mala, sucia. Este constante sentimiento de culpabilidad me llevó a una profunda depresión y a problemas de ansiedad suficientemente serios como para necesitar tratamiento médico cuando tenía 17 años. Después vinieron largas hospitalizaciones. A los 29 años, conocí a un hombre maravilloso, me casé y tengo un hijo. Pero no conseguía superar la depresión. Tenía 40 años cuando hablé por primera vez de mi agresión a mi médico de cabecera. Me aconsejó que advirtiera a la Iglesia. Pedí cita con un cura, que rechazó tomar el nombre del agresor y me dijo que probablemente era culpa mía. Esta respuesta me destrozó. Diez años más tarde, la prensa cubrió ampliamente la serie de abusos sexuales por parte de curas. Por primera vez comencé a comprender que mi agresor se lo había hecho quizá a otros. Le escribí a mi obispo.... Aquí comenzaron los dos años más difíciles de mi vida. El cura que me había agredido estaba protegido por sus superiores. Le dejaron (seguir) durante meses en su parroquia, donde preparaba a los niños para la confirmación. Me trataban como a alguien que quería atacar a la Iglesia, hubo obstrucción a la investigación policial. Estaba destrozada. El arzobispo pensaba que mi agresión era "antigua" y que hoy no estaría bien ensuciar la reputación de ese cura. Cuando hablé a las autoridades del hospital donde se produjo la agresión, recibí una respuesta muy diferente. Se preocuparon por mí, me aconsejaron y recurrieron inmediatamente a la policía. Al cabo de una larga batalla, mi agresor fue llevado ante la justicia y encarcelado por sus crímenes contra mí. Fue nuevamente encarcelado el año pasado por reiteradas agresiones sexuales contra otra niña, un cuarto de siglo después de haber abusado de mí. Esos hombres pueden cometer abusos durante toda su vida dejando tras de sí un cortejo de vidas destrozadas. El comienzo de mi curación se produjo el día en que mi agresor reconoció su culpa. Estuve en tratamiento aún durante casi dos años, pero desde entonces nunca más estuve hospitalizada por problemas mentales. Lo mejor de mi vida comenzó hace quince años cuando mi agresor compareció ante la justicia. Durante esos años trabajé con mi diócesis y con la iglesia católica en Irlanda para mejorar la protección de los menores. Mi vida ya no está destrozada. Tiene sentido y valor".

Rusia aprueba la castración química de los pederastas

Moscú, 7 feb (dpa) - El Parlamento de Moscú aprobó hoy en tercera lectura una ley que permite la castración química de los pederastas y endureció las penas para los delitos sexuales contra menores. En el futuro, los abusos de menores se penarán con hasta 14 años de cárcel que no podrán ser conmutados por una pena de libertad vigilada. Los condenados podrán reclamar de forma voluntaria la castración. La iniciativa del Kremlin había recibido una muy buena acogida entre la opinión pública. "Las penas deben ser tan duras como sea posible", declaró el año pasado el presidente, Dmitri Medvedev. En 2010, 2 mil 500 niños tuvieron una muerte violenta en Rusia y muchos de ellos sufrieron abusos sexuales. La castración química se basa en inyecciones que hacen disminuir la testosterona. Sin embargo, los médicos advirtieron que el precario sistema sanitario ruso no está preparado para ese tipo de tratamientos.