jueves, 13 de noviembre de 2008

El DF sin su Gato Culto

Conocí a Paco Ignacio Taibo I, PIT, cuando empezaba como reportera en El Universal. En ese entonces cubría asuntos urbanos y un día se me acercó un señor chiquito, redondito, canoso y con un bigote de Villano Reventón muy simpático.

-Oye -me dijo con su acento español champurrado con mexicano-, necesito que me ayudes. Hay un farol en la calle donde vivo que tiene seis meses apagado. Le he hablado a todo el mundo y no encuentro quién lo repare. ¿Puedes ayudarme?

El hombre era encantador. Por supuesto que le dije que sí, le pedí su dirección y hablé con el jefe de prensa de la delegación para pedirle que arreglaran el foco y le dije que yo vivía en esa calle.

A la semana me topé con PIT en uno de los pasillos de la horrorosa redacción que había entonces y me dijo muy emocionado:

- Oye, muchas gracias. ¡Ya repararon mi farol!

Yo ya no me acordaba de qué se trataba, pero le dije que no tenía que agradecer, que con que me regalara un libro bastaba. Así fue como llegó a mis manos el primer libro de don Paco. Se trataba de la biografía -no autorizada y criticadísima- que le hizo a María Félix, una obra maravillosa, divertida y muy crítica de un reportero que no se dejó hiptonizar ni por la belleza ni por la leyenda de "La Doña".

PIT se refería a ese libro con muchas carcajadas. Contaba la anécdota de que María Félix estaba furiosa con él -y se reía a rabiar- y que nunca incluía su libro en la lista de biografías "autorizadas" que se habían publicado hasta ese entonces.

Así empezó mi amistad con ese hombrecillo genial y maravilloso. Me encantaba llegar a la redacción antes de la comida, cuando ya casi había cerrado la sección de Cultura de El Universal. Él dejaba siempre hasta el último dos cosas: el Gato Culto y su columna "Esquina baja".

Por ese entonces, don Paco sufría horriblemente porque El Universal empezaba a poner una red de computadoras personales y él tenía que escribir su columna en "esos aparatos del demonio", como los llamaba. Estaba convencido de que esas máquinas lo odiaban y le causaban problemas para desquiciarlo. A mí me dejaba corregir sus textos, porque estaba peleado, además, con los acentos. No le gustaban nada y me dejaba ponerle los acentos a su Esquina Baja.

Además, cuando acababa su sección, a PIT le gustaba muchísimo ir a "El Meson del Cid", el legendario restaurante de comida española que está a dos cuadras del periódico, rodeado de muchachos y muchachas a tomar un aperitivo, que era regularmente un jerez o, su favorito, un manhattan, acompañado de pan con tomate y aceite de oliva y auténtico queso manchego.

Ahí encantaba a todos los chavos que los escuchábamos embobados con historias maravillosas, observaciones ingeniosísimas y coqueteos con su inteligencia privilegiada que eran difíciles, imposibles de resistir.

PIT era un auténtico encantador de serpientes. No había persona que se resistiera a su sonrisa de niñito travieso y sus ojitos redondos y brillantes.

Al poco tiempo de conocerlo te encantaba al grado que harías cualquier cosa para tenerlo contento. Era un hombre al que le gustaba ser mimado y la gente que lo rodeábamos hacíamos lo que fuera por consentirlo.

Podía ser un auténtico dolor de cabeza para las personas que trabajaban con él, pero siempre se salía con la suya. Amaba locamente a su mujer y a sus hijos, pero no perdía oportunidad de coquetear, como si fuera una travesura, con las chicas bonitas que siempre lo rodeaban y cuando se daba cuenta de que ya había otra muchacha perdidamente enamorada de él, sonreía como gato satisfecho que se acababa de comer una ratoncita.

La oficina de PIT en El Universal siempre estaba abierta. No importa qué tan ocupado estuviera. Ofrecía una silla y una plática sabrosa al visitante. Le gustaba rodearse de gente joven aunque siempre se quejaba de que lo abrumábamos con toda nuestra modernidad.

PIT no tenía empacho en regalar copias de su Gato Culto con alguna de sus frases maravillosas, firmadas y dedicadas, que representaban auténticos tesoros invaluables para quienes tenían la suerte de recibir uno.

Como escritor, PIT apostó a la sencillez. Sus textos son pláticas que resuenan en tu cabeza como si te los estuvieran platicando, aderezados con sus coqueterías geniales y frases inolvidables que salpicaban las páginas con los colores de un marcador, un lápiz o una pluma para regresar a ellas en todo momento.

Pocos escritores y caricaturistas pueden presumir de que hubiera tantos lectores y admiradores que nos peleábamos por tener la colección más grande de sus Gatos Cultos.

Con su sonrisa traviesa, platicaba que la idea del Gato Culto, la caricatura más filosófica del periodismo mexicano, que decía verdades tremendas sin perder el humor, era un vil plagio. Se lo había robado a Efrén, el caricaturista, cuando aquiel hizo un berrinche y no entregó a tiempo su dibujo. Entonces, contaba muerto de risa, lo hice yo, dibujé un gato sencillo y le puse una frase relacionada con un tema del día.

Así empezó su historia con El Gato Culto, su personaje más celebrado.

Conocer a PIT era amarlo de inmediato. Los muchachos que abarrotábamos su oficina parecíamos abejas borrachas con el olor de un panal de miel y él, conciente del poder demoledor de su encanto, nos hipnotizaba con sus relatos, nos subyugaba con sus ojitos tristes y lograba que buscáramos resolverle cualquier problema que tuviera.

Así como era formidable de buenas, cuando se enojaba era terrible. No gritaba, era demasiado educado para ello, pero se ponía colorado, hablaba rapidísimo y reclamaba y reclamba hasta que el infortunado infractor resolvía el problema... como fuera.

PIT era cálido en su trato siempre. Educadísimo y cortés, regalaba sus sonrisas a granel y adoptaba a quienes trabajaban con él, para cuidarlos, enseñarlos y alimentarlos como si fueran polluelos desvalidos. Lo único que pedía era que fueras inteligentes, porque era totalmente intolerante con la estupidez.

PIT se quejaba de que alguno de sus inteligentísimos hijos lo había regañado por "ser tan frívolo". Pero eso era justamente parte de su encanto. Era gastrónomo, le encantaba viajar, le fascinaban las fiestas y anhelaba las conversaciones inteligentes como el sediento un vaso de agua fresca.

PIT fue generoso hasta en el día que murió. Justo cuando se apagó su encantadora estrella, el cielo del DF se limpió y el sol brilló como si estuviera satisfecho de que el cielo había ganado un diamante de a libra. Pero ni la luz ni los colores fueron suficientes para llenar el tremendo vacío que deja la partida de un cronista que nunca se cansó de contar la vida con tanto amor, que la volvía irresistible y deliciosa.

Con PIT se cierra un capítulo del periodismo mexicano que él supo poblar de risas, de inteligencia y de genialidad. Con su sonrisa, llegan torrentes de lágrimas imposibles de contener.

Adiós, mi querido Paco Ignacio Taibo I. Envidio a los ángeles que, tras contarte la fundación de la ciudad de Puebla, hoy te tienen sólo para ellos, para enriquecerles la vida con su torrente de historias maravillosas.

1 comentario:

  1. Maby: No es mi condición de amiga tuya la que me lleva a decirte que es el mejor texto sobre PIT I que se publicó en su memoria. Guadalupe Gómez Q.

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