martes, 7 de febrero de 2012
Cuenta su historia víctima de cura pederasta
CIUDAD DEL VATICANO, 7 Feb 2012 (AFP) - "Aunque sucedió hace más de 50
años, es imposible olvidarlo", afirma la irlandesa Marie Collins, de 64 años,
única víctima invitada a un simposio sobre pedofilia organizado en el Vaticano,
al rememorar el calvario vivido por los abusos sexuales de un sacerdote.
"Acababa de cumplir 13 años y estaba en una etapa muy vulnerable, la de una
niña enferma en el hospital, cuando un cura abusó sexualmente de mí. No conocía
la sexualidad y mi inocencia se agregó a mi vulnerabilidad.
Tomaba la religión católica muy en serio y acababa de hacer la
confirmación. Estaba enferma, inquieta y por primera vez lejos de mi casa y de
mi familia. Me sentí más segura en el hospital cuando un capellán católico vino
a visitarme para las lecturas de la tarde. Desgraciadamente esas visitas
vespertinas cambiaron mi vida.
El cura había salido del seminario unos años antes pero ya tenía
experiencia en el abuso de menores, yo no podía saberlo. Me habían enseñado que
un cura es el representante de Dios en la tierra y automáticamente contaba con
mi confianza y mi respeto.
Cuando comenzó a manosearme sexualmente, pretendiendo al principio que era
un juego, quedé conmocionada, resistí, le pedí que parara. Pero no se detuvo.
Mientras me manoseaba me decía que él "era un sacerdote" y que "no podía actuar
mal'. Sacó fotos de mis partes más íntimas y de mi cuerpo y me dijo que era
'estúpida' si pensaba que actuaba mal.
Recé para que no lo hiciese más... pero volvió a la carga.
El hecho de que mi agresor fuese un cura agregó mucha confusión en mi
espíritu. Esos dedos que habían abusado de mi cuerpo en la noche anterior me
ofrecían la hostia al día siguiente. Las manos que habían fotografiado mi
cuerpo expuesto, sostenían a la luz del día un libro de oraciones cuando
escuchaba mi confesión.
Cuando salí del hospital, ya no era la misma. Ya no fui más la niña
confiada, despreocupada y feliz. Estaba convencida de que era mala.
No me volví en contra de la religión, sino en contra de mí misma. Pasé sola
mi adolescencia, manteniendo a todos a distancia para que nadie descubriese
hasta que punto era mala, sucia.
Este constante sentimiento de culpabilidad me llevó a una profunda
depresión y a problemas de ansiedad suficientemente serios como para necesitar
tratamiento médico cuando tenía 17 años. Después vinieron largas
hospitalizaciones.
A los 29 años, conocí a un hombre maravilloso, me casé y tengo un hijo.
Pero no conseguía superar la depresión.
Tenía 40 años cuando hablé por primera vez de mi agresión a mi médico de
cabecera. Me aconsejó que advirtiera a la Iglesia. Pedí cita con un cura, que
rechazó tomar el nombre del agresor y me dijo que probablemente era culpa mía.
Esta respuesta me destrozó.
Diez años más tarde, la prensa cubrió ampliamente la serie de abusos
sexuales por parte de curas. Por primera vez comencé a comprender que mi
agresor se lo había hecho quizá a otros. Le escribí a mi obispo....
Aquí comenzaron los dos años más difíciles de mi vida. El cura que me había
agredido estaba protegido por sus superiores. Le dejaron (seguir) durante meses
en su parroquia, donde preparaba a los niños para la confirmación.
Me trataban como a alguien que quería atacar a la Iglesia, hubo obstrucción
a la investigación policial. Estaba destrozada. El arzobispo pensaba que mi
agresión era "antigua" y que hoy no estaría bien ensuciar la reputación de ese
cura.
Cuando hablé a las autoridades del hospital donde se produjo la agresión,
recibí una respuesta muy diferente. Se preocuparon por mí, me aconsejaron y
recurrieron inmediatamente a la policía.
Al cabo de una larga batalla, mi agresor fue llevado ante la justicia y
encarcelado por sus crímenes contra mí. Fue nuevamente encarcelado el año
pasado por reiteradas agresiones sexuales contra otra niña, un cuarto de siglo
después de haber abusado de mí.
Esos hombres pueden cometer abusos durante toda su vida dejando tras de sí
un cortejo de vidas destrozadas.
El comienzo de mi curación se produjo el día en que mi agresor reconoció su
culpa. Estuve en tratamiento aún durante casi dos años, pero desde entonces
nunca más estuve hospitalizada por problemas mentales.
Lo mejor de mi vida comenzó hace quince años cuando mi agresor compareció
ante la justicia. Durante esos años trabajé con mi diócesis y con la iglesia
católica en Irlanda para mejorar la protección de los menores. Mi vida ya no
está destrozada. Tiene sentido y valor".
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